Queridos amigos. Hoy tenemos un día feliz. Tras el precioso disco de ¡Mamma Mia! quisiera dejaros este otro, de estilo completamente diferente pero que transmite al igual que el anterior, felicidad, alegría, vitalidad, sensibilidad, amor y sentimiento.
Nos retrotraemos en el tiempo al 26 de abril de 1957, al mismo escenario, con la misma orquesta e interpretando la misma obra con la que años posteriores, concretamente en 1990, Bernstein se despedía de este mundo.
33 años separan estos dos momentos, estas muestras de la vida de un gran músico. Los inicios, con su orquesta del alma, de un joven Bernstein que "se comía" el mundo con su energía, su vitalidad, su fortaleza, su atractivo (en todos los sentidos) y su atrevimiento y el final de un Bernstein maduro, cansado, físicamente destrozado, con todo lo vivido y más pero con la misma energía vital que al inicio. La misma orquesta, en ambos casos entregada; el mismo público, el de Boston fiel al maestro desde sus inicios; y la misma obra de su Beethoven amado hasta el final, la Séptima, quizá el mejor ejemplo de fortaleza, amor, sentimiento, vitalidad y energía del genio de Bonn.
Si escuchamos ambas obras apreciaremos la misma base pero con una absoluta diferencia. La madurez de 1990, su estado físico y quizá su mensaje final se transmitió de una forma contundentemente contemplativa y detalladamente expresiva. La energía desbordante de 1957 de un músico que estaba en vías de lograr sus éxitos profesionales anhelados, que se codeaba con los mejores de EEUU, con las miras puestas en New York, con los impulsos de Schumann, Copland, Bliztein, Koussevitzky y su bien amado Mitropoulos, se manifiesta con un empuje en la interpretación sorprendente, quizá sin la técnica adquirida con los años, pero con una energía arrolladora, un torrente de vitalidad, puro dinamismo, progresión impactante y musicalidad directa y a flor de piel.
Dos momentos en la historia de un músico que lo fue todo, que quiso todo y logró todo. Y que a pesar de sus errores, musicales y humanos, seguía siendo al final de su carrera el mismo Lenny que 33 años atrás asombraba en los EEUU. El mismo músico comunicador innato e indomable de espíritu; aquel que nunca se quitó el anillo de Koussevitzky, símbolismo absoluto de poder musical; que pudo "despreciar" a la Filarmónica de New York "traicionándola por la de Viena; que venció las reticencias de una orquesta fundamentalmente opuesta a un judío americano hasta hacerla quedar a sus pies reconociéndolo como uno de los más grandes que por su atril pasó; que paseó su enorme arte por todos los escenarios de mayor nivel del mundo orquestal para finalmente retornar a sus orígenes. En todo ese círculo vital transmitió placer musical, amor a la música, vitalidad, amor a la vida; dejó de lado a muchos y a muchas cosas, pero siempre fue fiel a una: la música.
Disfruten de este Beethoven impulsivo, bellísimo, enérgico y poderoso, brillante y lleno de una energía interior propulsiva maravillosa desde el inicio al final. Disfruten de su mensaje de vida, felicidad, amor y confianza. Y disfruten de la mano de un Bernstein que siempre creyó en todo lo anterior.
Beethoven
Sinfonía nº 7
Leonard Bernstein
Orquesta Sinfónica de Boston
Boston, 26 de abril de 1957
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