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domingo, 20 de noviembre de 2011

Tchaikovsky. Sinfonía nº 6. Temirkanov. Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. 1992.


Queridos amigos finalizamos hoy el recorrido por el conjunto de discos grabados por Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo dedicados a la trilogía final de sinfonías de Tchaikovsky. Y lo hacemos con una excepcional aproximación, musical y espiritual, a la enigmática y sorprendente sinfonía nº 6.

La Sinfonía nº 6 de Tchaikovsky fue esbozada inicialmente por el compositor en otoño de 1892 en el marco de un sentimiento y un deseo de ser una obra programática cuyo fondo sería la vida. De estos primeros esbozos musicales una gran parte fueron aprovechados para su Tercer Concierto para Piano y el resto desechados (en algunas publicaciones se han presentado como Séptima Sinfonía). 

Después de esta primera aproximación compositiva, Tchaikovsky remodela su obra y aprovecha nuevas ideas que le van llenando el alma. En la etapa de su viaje a Odessa reelabora la obra asignando un programa, programa que debe ser una incógnita incluso para los futuros oyentes de la misma. El propio Tchaikovsky indica que la obra estará llena de ideas y sentimientos íntimos y personales y que durante su composición mental no son pocas las ocasiones en que las lágrimas asoman por sus mejillas. Su final no será un final alegre y vivo sino un adagio lento, muy lento, un apagar progresivo de los sentimiento y de la música. La composición progresó de forma muy rápida y sin grandes problemas para Tchaikovsky y pudo finalizar su orquestación en el verano de 1893.


El estreno tuvo lugar en San Petersburgo, el 28 de octubre de 1893, de la mano del propio compositor y no tuvo un éxito remarcable, más bien incluso tuvo indiferencia por premio. Poco después, enfermo de cólera, fallecía. Muchos proyectos quedaron en su corazón y en su mente, proyectos que lamentablemente no pudieron verse materializados. La Sexta Sinfonía fue el testamento del maestro, su despedida. Un adiós sin la alegría y la energía vital, sin los platillos y bombos que fueron los finales alegres, festivos y dorados en sus otras sinfonías. Su ausencia, desconcertó al público, lo dejó desorientado. No era lo que se esperaba. Su mensaje era más profundo de lo que se podía imaginar al atónito espectador del estreno. En la obra estaba encerrada toda el alma y todo el sentimiento de un ser humano profundamente sensible, quizá demasiado sensible para lo que tuvo que experimentar en su vida. Una obra llena de sentimiento profundamente trágico y conmovedor, llena de tristeza y rebeldía, de emoción profunda y melancolía sin par. Una segunda interpretación, bajo la dirección de Eduard Nápravník, tuvo lugar veinte días después en un concierto en memoria del maestro. En esta segunda interpretación la admiración por la composición fue mucho mayor y cierto es que en la primera interpretación los propios músicos mostraron poco interés por la obra.

Su título Patética es una referencia directa a Emoción, a Pasión, a Expresión de Sentimiento y es el habitualmente usado en lugar del inicialmente previsto por el compositor de Sinfonía con Programa. Programa oculto y no desvelado que en cualquier caso deja traslucir mucho de los sentimiento previamente expuestos en sus dos sinfonías anteriores; el destino, la vida y la muerte. Los últimos años de la vida de Tchaikovsky estuvieron marcados por la neurosis, dueña de la mente del compositor, ansioso por escapar de una realidad que le atenazaba para evadirse en un mundo de belleza inalcanzable, de imágenes nostálgicas y de retornos a un pasado glorioso. Los lazos entre la obra, llena de desesperación y tristeza, y la fragilidad del personaje, marcado por la infelicidad producto de su condición homosexual e hipocondriaca, son fáciles de establecer. Y la obra expresa de manera sencillamente inigualable esa condición y ese deseo del compositor.


En el desarrollo de la obra podemos deleitarnos desde su primer movimiento con esa maravillosa introducción lenta y parca en instrumentación pasando por la hermosísima citación del Requiem ortodoxo y siguiendo con su final de cuerdas tocadas con pizzicato y por encima los vientos, primero metales y luego maderas, que acaban en un "muriendo" espectacularmente profundo; un segundo movimiento de falso vals absolutamente impresionante y bellísimamente elaborado; un tercer movimiento que debería ser la culminación de cualquier obra sinfónica del momento, con un oboe precioso y unos diálogos de cuerdas y vientos sencillamente soberbios, se nos presenta como una marcha alegre, un scherzo melódico que culmina con el motivo principal en su final y nos conduce a un cuarto movimiento, una sorpresa compositiva extraordinaria, una sencilla muestra del arte melódico del compositor que nos hace recrear en nuestra mente y en nuestro corazón una de las músicas más bellas jamás escritas con esos violines encantadores y ese fagot descendiendo notas de forma maravillosa y sorprendentemente bella, un movimiento cargado de expresividad, de belleza, de profundidad de energía sabiamente manejada, una energía que quizá sólo Tchaikovsky ha sabido manejar de forma tan sublime como para tocar la fibra emocional de las personas de una manera tan delicada como directa. Un movimiento que en su devenir nos lleva a lo más profundo del sentimiento humano, un movimiento por el que vamos transitando de la serenidad a la desesperación y a la rendición, una rendición tan sencillamente humana como insondable y profunda, una rendición pausada y tan profundamente expresiva como la que todos desearíamos tener en nuestro final. Una obra de arte de la expresividad emocional.

Temirkanov y sus músicos logran una traducción hermosísima de la música de Tchaikovsky, desde mi punto de vista una de las más bellas que haya escuchado junto a la bellísima y completamente diferente traducción de Bernstein con DG y la Filarmónica de New York. Y lo es no sólo ya por la belleza y claridad de los instrumentistas y de la orquesta, sino fundamentalmente por el carácter que se imprime a la música. Un música tocada con alma humana, con enorme profundidad y comprensión de su sentido más íntimo. La belleza de la interpretación es fantástica, quizá de estas tres últimas interpretaciones de Temirkanov, la más conseguida, la que más íntimamente se relaciona con el alma de la obra. Sus tempos no son lentos ni solemnemente retardados, creo que tienen la vivacidad justa y necesaria así como la intensidad emocional adecuada a cada uno de ellos y a su significado emocional particular. La calidad de la orquesta rusa es digna de mención, tiene una precisión técnica soberbia y una belleza sonora maravillosa, una sonoridad que en algunos momentos llega a ser verdaderamente impactante (un tercer movimiento, por ejemplo, bello y absolutamente maravilloso, increíble) y de una fuerza arrolladora.


Espero que disfruten de esta obra y de esta presiosa y conmovedora interpretación de Temirkanov y sus músicos de San Petersburgo. Merece la pena dejarse llevar por la pasión de los sentimientos humanos, darnos un baño de sensibilidad y de emociones que pocas veces podemos disfrutar como se hace con esta hermosísima obra. Vamos a deleitarnos el oído, el corazón y el alma con una de las música más bellas jamás compuestas. Que los disfruten queridos amigos.


Tchaikovsky
Sinfonía nº 6

Temirkanov
Orquesta Filarmónica de San Petersburgo

Grabaciones
8, 9 y 11 de abril de 1992 (junto a las Sinfonías nº 4 y nº 5)
Gran Sala de la Filarmónica, San Petersburgo










Visitar también Sinfonías nº 4 y nº 5