Queridos amigos, continuamos en el día de hoy con la entrega de una maravillosa, pausada e intensa entrega de la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, de nuevo de la mano de Temirkanov y la fantástica Orquesta Filarmónica de San Petersburgo.
En la entrega anterior correspondiente a la cuarta Sinfonía, dejaba entrever mi pasión por el maestro ruso. En esta ocasión y en la siguiente (la Sexta) no puedo más que aseverar la afirmación realizada. Me parece un músico excepcional, increíble, apasionante.
La Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, creo no caer en desatino alguno si lo comento, es una de las obras sinfónicas más bellas, apasionantes, emotivas y directas al corazón que jamás se hayan escrito. Un conjunto impresionantemente bello de armonías y temas melódicos genialmente estructurados por el maestro ruso e integrados en un marco global soberbio de belleza y de formas compositivas únicas; independientemente de las posibles críticas de los más técnicos y entendidos, una obra de arte.
Compuesta por Tchaikovsky tras el periodo dramático de su existencia en el que tuvo lugar su fracasado matrimonio de conveniencia con su alumna Antonia Milioukova, es la segunda de sus tres grandes sinfonías finales, esa trilogía sinfónica maravillosa que muestra a un ser humano de poderosos sentimientos sentimentales y sexuales permanentemente contrariados, a un hombre extremadamente delicado e hipersensible, fácilmente vulnerable a los ataques de un destino insospechado que se ceba en su ser, pero a la par un hombre de gran coraje y persistencia, un gran luchador.
Al igual que en la Sinfonía nº 4 del maestro, el tema de la fatalidad del destino es representado en su Quinta Sinfonía. Si bien es algo menos aparente, mejor dicho, algo menos dramático y quizá más dulcificado, el tema persigue el devenir de la obra musical, permanente, persistente y siniestro.
Que su primer movimiento, algo que calificaría como descomunalmente bello en la historia de la música, manifieste cierta reasignación del maestro ante ese Destino insondable, no quita valor emocional al mismo, es más, es una forma de superación humana y sentimental del hecho problemático traducida en una música intensísima, plácidamente emotiva, como un mar embravecido con olas de un ritmo machaconamente continuado, un ir y venir de sentimientos permanente. Aceptación, resignación, espiritualidad. Sus maravillosas maderas iniciales, esos clarinetes soberbios, sus fagotes acompañándolos posteriormente y sus cuerdas sedosas y briosas son ejemplos únicos de expresión de lucha, serenidad y ansia de paz.
Todo este juego de sentimientos enfrentados, tiene su continuidad en un segundo movimiento excepcional. Un movimiento lleno de contrastes, mucho más intenso y vivo que el primer movimiento, está repleto de tensión emocional creciente, una tensión maravillosa, bellísima, dolorosamente percibida y sentida. Una tensión que rompe finalmente esa Providencia que se presentaba en el primer movimiento, finalizando en un sutil y bellísimo cara a cara entre Destino y Amor, entre Resignación y Destino. Es un movimiento repleto de matices sentimentales encontrados, de una tensión adorablemente mantenida por el maestro. Una pequeña joya musical.
El tercer movimiento está inspirado en el ballet, en su dulzura y danzabilidad, en su elegancia y belleza. Quizá como forma de escape de sus tensiones acumuladas, Tchaikovsky puede expresar a través de los gestos y guiños musicales del ballet todos sus sentimientos encontrados y plasmar de forma franca su sensualidad, su dulzura, su nostalgia, su amor. Pero todo ello finalmente es roto de nuevo por la Providencia, esa fatalidad que corta toda posible huida y todo escape. ¡Ilusión finalmente, sólo ilusión!
La obra finaliza en uno de los movimientos más intensos y bellos jamás escritos para una sinfonía. Este cuarto movimiento con sus temas principales desarrollados soberbiamente y principalmente por ese fantástico tema de la Providencia absorbiendo toda la energía vital del mismo, desde su inicio explosivo pasando por su desarrollo hasta su final creciente y triunfal. Ese tema es tan genial y bello que es imposible resistirse a su poder, a su fuerza a su valor emocional. Y el colorido, algo exagerado según muchos, los timbres orquestales, los detalles finísimos en los instrumentos y el genial acompañamiento instrumental de los metales hacen de este final un todo pleno de energía vital, energía que te llena, energía que no quieres dejar escapar, que deseas no acabe. Es la más pura expresión de la emoción contenida en toda la obra. Un momento irrepetible, intensísimo y bellísimo.
Temirkanov y sus músicos de San Petersburgo realizan una de las más bellas interpretaciones que haya escuchado. Su técnica y la de la orquesta es excelsa. Los músicos logran unas cotas de belleza y de calidad realmente altas, sus cuerdas son manejadas a la necesidad expresiva del momento; sus metales resultan el punto justo de intensos para no sobrepasar el límite de lo excesivo; sus maderas dan unos puntos de belleza sensacionales.
Temirkanov transita a los largo de la obra por su esencia emocional, se empapa de sentimiento, de sensibilidad, de sensualidad y de lucha, rabia y determinación. Exprime los tiempos de cada movimiento para poder extraer todo el jugo posible de la partitura y de las calidades de su orquesta. Sencillamente pienso que ambos están geniales, persuasivos, conmovedores y plenamente inmersos en la lucha de Tchaikovsky.
Un monumento de interpretación que merece la pena conocer y paladear.
Tchaikovsky
Sinfonía nº 5
Temirkanov
Orquesta Filarmónica de San Petersburgo
Grabaciones
8, 9 y 11 de abril de 1992 (junto a las Sinfonías nº 4 y nº 6)
Gran Sala de la Filarmónica, San Petersburgo