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sábado, 21 de julio de 2012

Mahler. Sinfonía nº 9. Leonard Bernstein. Orquesta Filarmónica de Israel. 1985.




Hace unos pocos días, mis queridos amigos de andanzas musicales, intelectuales y de diversión cibernética recordaban en un correo un hecho que había pasado desapercibido para mí. Se cumplía el 16 de junio de 2012 el centenario del estreno por Bruno Walter y la Orquesta Filarmónica de Viena de una de las más grandes obras musicales jamás escrita, un monumento musical, histórico, biográfico y humano cargado de fuerza, de energía y de emoción sobrecogedora: la Novena Sinfonía de Mahler.

He de confesar que es mi obra sinfónica más amada, aquella con la que siempre y en toda ocasión que tengo el placer de escucharla disfruto y soy sincera y profundamente tocado en lo más recóndito de mi corazón. Podemos decir de ella cualquier cosa pero pienso que no habrá persona alguna que pueda resistirse a su conmovedora sinceridad y humanidad.

Tenida como un testamento del compositor, una autobiografía, una forma de visión cósmica final, un cataclismo humano profundísimo, sencillamente la considero como una forma maravillosamente humana de adiós, un adiós que quién sabe si es aceptado de manera humilde por quién ha sufrido y padecido tanto en su corta existencia. Una obra que ya desde el primer movimiento nos está esbozando un mundo, pero no un mundo cualquiera, es el mundo de Mahler, esbozando digo porque nada más empezar está desmoronado, deshilachado, roto con esos preciosos motivos iniciales que lo marcan y que escuchamos asombrados como se sienten inconclusos, individualizados, teatralmente arrítmicos ¡pobre corazón de Mahler!, pero desgraciada e inevitablemente expresivos de una vida rota y hecha añicos por sus avatares, caprichosos y desgraciados avatares.


Recordemos que Mahler en el tiempo de la composición de esta obra ya había sufrido las tres tragedias que marcarían sus últimos años de vida: la muerte de su hija mayor, su dimisión de la Ópera de Viena y el diagnóstico de una lesión valvular cardíaca, maldita lesión, que acabaría con su vida en 1911. Pero hay más, la relación que su esposa Alma mantenía con el arquitecto Walter Gropius, durísima experiencia para un hombre que la amaba y que tenía una dependencia emocional grande de su querida Alma. Y sigan sumando detalles, detalles siempre relacionados de una forma u otra con la muerte: nueve de sus catorce hermanos murieron durante la infancia; su hermano Otto se suicidó siendo ya adulto; la muerte de su suegra por un fulminante ataque al corazón durante el funeral de la pequeña María.

¿Qué podemos esperar ante tal sucesión de acontecimientos? Una maravillosa demostración de amor. Sí, la obra está envuelta en un tono duro y siempre vigilado por la muerte; un tono de despedida que tal y como lo tiene la Patética de Tchaikovsky, un tono siempre desesperado en sus inicios. Sea así. Pero que maravillosa conversión humana y de sentimientos tuvo que hacer Mahler para, a pesar de todo ello, pasar de una forma tan sublime al tono alegre y divertido, grotesco y tumultuoso de los dos movimientos centrales. Dos movimientos que suenan a paréntesis, a "vamos a repasar la vida", vamos a seguir en ella, dando los últimos coletazos de esperanza. Y de ahí pasamos a la maravillosa aceptación, lúcida aceptación del hecho final. Ese Adagio monumental es la cumbre de la obra, musical y humanamente. He resistido, resisto pero acepto el fin, y lo hago sin querer hacerlo, dejando, si fuera posible, hasta el infinito mi sonido. Prolongo mi estancia, mis cuerdas van a permanecer, quiero retardar ese punto final en el que su desaparición marca el fin. Y lo hago despacio, muy despacio; deben escucharme, no es un grito, no es ira, es mi sencillo lamento final que deseo no se acabe aunque, es la vida y la vida tiene un fin...pero es así de bello, dulce y suave.

En esta ocasión les dejo una interpretación que desconocía y que ha pasado a ser una de las más emotivas que he escuchado. Una interpretación soberbia de Leonard Bernstein al frente de la Orquesta Fiarmónica de Israel y que de forma sorprendente se aleja del muchas veces criticado hedonismo del maestro americano. Los músicos de la Fialrmónica están geniales, no es una orquesta del empaque vienés, de la precisión única berlinesa o de la belleza holandesa, pero están tan entregados a su director y a una forma de ver a Mahler que logran unas cimas altísimas de calidad.

Bernstein plantea una forma de aproximarse a la partitura brutal, directa, intensa, sin manierismos, entregado a Mahler. Marca de inicio sus intenciones y sencillamente realiza una labor inmensa de construcción sinfónica, manteniendo la energía y la vitalidad a lo largo de la extensa partitura. Su expresividad es enorme, el color musical y los timbres sensacionales, los excesos de sonido desaparecen. Marca los instrumentos de manera prodigiosa, la continuidad del discurso es sencillamente genial, su articulación, su trabajo en pos de la sensación musical no puede criticarse. Ama esta obra y quizá (es mi humilde opinión) es quién en ella ha dejado más vida. Esta obra es vida, vida que se apaga, de manera tan hermosa como jamás he escuchado, pero vida. Finalizo pero sigo vivo.


Espero que la disfruten. Sencillamente espectacular y hermosa.
Gracias a mis queridos amigos por ese recordatorio.
Gracias Lenny por tu pasión.





Mahler
Sinfonía nº 9
Leonard Bernstein
Orquesta Filarmónica de Israel
Grabación: Tel Aviv, Frederic A. Mann Auditorium, 25 de agosto de 1985